sábado, 15 de octubre de 2011

Cuando volvió fue lo primero que pensó. Dejó el equipaje en su antigua habitación, cogió la bicicleta oxidada y pedaleó jadeante por el camino de tierra, sin volver la vista atrás, mientras dejaba el pueblo a su espalda.
Atravesó a pie algunos matorrales. La vegetación había espesado en su ausencia. Tras apartar las ramas vencidas de un viejo castaño que aún creía recordar la vía se apareció ante él. Seguía allí, esprándole, kilómetros inagotables de sólido y consistente acero, ya en desuso, que parecían extenderse hacia el infinito.
Subió al raíl. La superficie era estrecha, se sentía inestable. Abrió los brazos para mantener el equilibrio y caminó.
Aparecieron algunas nubes, tornando el cielo azulado de finales de verano en un gris verdoso y comenzó a caer un ténue chisporroteo, pero siguió avanzando.
Tras algunos metros se abría aquella curva. Ya no sentía miedo, sólo curiosidad -¿qué habría detrás?-. Una necesidad apremiante le empujaba a seguir. Al fondo le pareció escuchar el silbido de un tren. No miraría atrás -se se dijo- seguiría avanzando.
Fotografía de José M. LLamas (www.jmllamas.es)

martes, 11 de octubre de 2011

Los días están contados, no hay más que temer

Los días están contados
no hay más que temer.
Tan solo seremos libres
cuando no haya más que perder.
Se lo llevó la tormenta y el tiempo.

(Vetusta Morla)

http://youtu.be/KWtITuQ5lSo

domingo, 7 de agosto de 2011

Romeo y Julieta, acto II, escena VI

Los placeres violentos terminan en la violencia,
y tienen su triunfo en su propia muerte,
del mismo modo que se consumen el fuego y la pólvora
en un beso voraz.

miércoles, 20 de julio de 2011

Un paseo hacia lo desconocido

Decidí salir a dar un paseo. El calor sofocante de la tarde empezaba a amainar y se había levantado algo de brisa. Las campanas del convento acababan de dar las ocho. Era lo bueno y lo malo de vivir allí, siempre sabías la hora que era. Me había acostumbrado a aquella melodía repetitiva que recordaba la huída de cada momento, como si alguien se hubiese empeñado en acentuar el paso del tiempo y, cada vez que comenzabas a olvidarte, subía al campanario que se vislumbra desde el balcón y volvía a emitir aquella señal de nuevo, casi se oía gritar: ¡Eh! ¡Espabila, que el tiempo corre y ya ha pasado otra hora!

Rescaté el bolso olvidado tras la puerta de mi habitación y recogí las llaves de la mesita de la entrada. Cerré la puerta con un mero estirón, no planeaba estar mucho tiempo fuera, pero necesitaba estirar las piernas y me apetecía, simplemente, pasear. Siempre abandono ese piso con algún objetivo concreto: ir al trabajo, al supermercado para hacer la compra, visitar a algún amigo, encontrarme con alguien. En aquel momento, sólo quería caminar. Bajé los escalones del portal saltando los últimos peldaños, embriagada por una inusual sensación de libertad, era algo irracional, pero a la vez placentero.

Una vez afuera, sin saber muy bien hacia dónde dirigirme, me dejé llevar por la dirección del viento que, levemente, me condujo hacia el centro, dejando a mi espalda la amplia avenida que acompaña al río. Recorrí las calles sin rumbo, buscando la sombra y evitando el tórrido sol estival. Aquella zona me era familiar, hacía ya unos meses que el barrio me había acogido y, en cierta medida, yo también me había apropiado de él, del garaje con la entrada en rampa, del estrecho supermercado, de aquel bar tan agradable para tomar café y ese otro que siempre permanece abierto, donde puedes comprar tabaco cuando el estanco de la plaza ya ha cerrado. Era como una simbiosis, un acuerdo mutuo, donde  ambos tomábamos algo del otro.

En algún momento cercano a las nueve, al girar una esquina para iniciar el regreso a casa, algo me sobresaltó. Ese cruce tantas veces transitado, me pareció de pronto desconocido, cuando al mirar hacia arriba descubrí una casa que nunca había estado allí,  que destacaba sobre las demás por su estilo mucho más moderno y, especialmente, por aquella gran terraza circular cubierta enteramente por enormes cristaleras. Entonces no pude evitar sentirme como una extraña, invadiendo algo que no me pertenecía, aquel lugar no me era tan conocido como pensaba e incluso percibí el olor a desconcierto que  la brisa transportaba. Envuelta en aquel torrente de emociones y paralizada, oí el repicar de las campanas que me trajeron de vuelta y me tranquilizaron. Ahora parecían decir: Tranquila, estás aquí, sigues en el mismo sitio y todo está bien. Bajé la vista, cegada por el reflejo de la luz que proyectaban los cristales y volví a casa guiada por el sonido familiar.

Desde entonces, y aún hoy, cuando salgo a pasear sé que cualquier cosa puede tornarse desconocida, que siempre hay algo nuevo que descubrir, detalles, unas veces casi imperceptibles, otras muchas como grandes cristaleras en las que nunca nos hemos fijado, que parecen surgir de la nada, como si alguien simplemente las hubiese puesto ahí porque no tuviese lugar mejor donde colocarlas, porque quizás vemos lo que queremos o nos permitimos ver, pero rara vez conocemos algo como verdaderamente es.

lunes, 11 de julio de 2011

Qué esconderá la Luna

27 días, 7 horas y 43 segundos tarda la Luna en dar una vuelta a la Tierra. Y siempre la vemos igual, sólo nos presenta una de sus caras. “La luna no es de fiar”, pienso mientras observo aquel cuerpo luminoso, lejano, solitario en ausencia de estrellas que la acompañen, en esta oscura y calurosa noche de julio.
“¿Qué esconderá por el otro lado?”. Algo muy grave tiene que ocultar, para mostrarnos siempre esa apariencia perfecta. Quizás pertenezca a una noble familia, tiene que ser alguien importante, sin duda, siendo el quinto satélite más grande del Sistema Solar, con tanta responsabilidad sobre las mareas, esa tarea no puede desempeñarla cualquiera… “¿Qué no querrá mostrar?” Quizás alguna vez, en su larga vida, se enamoró de alguien, un meteorito, puede ser. Ya sabéis, un amor de esos fugaces, incluso inapropiado para su clase, de los que te dejan marcada para siempre, y eso es precisamente lo que esconde, la cara del desengaño, la que no nos deja ver. A lo mejor el meteorito pasó fugazmente, como es propio de su naturaleza, y la Luna no pudo evitar desear que se quedase. Qué tonta la Luna. Pero qué triste debe ser, en verdad, su devenir. Tanto tiempo, moviéndose en círculo, dando vueltas y vueltas sobre lo mismo, la Tierra, los hombres, el panorama que debe verse desde ahí arriba. Y siempre mostrando una intachable presencia, brillando para nosotros, ocultado su tristeza con su apariencia perfecta.
Me alegra que en esta noche de julio no puedan verse las estrellas, te contemplo a ti, Luna, mientras sonrío e imagino también la fugacidad de su vuelta.

jueves, 30 de junio de 2011

¿Merece la pena esperar?

"Lo que tarda tanto en llegar es igual que si no hubiera llegado, peor incluso, porque el cumplimiento a destiempo de lo que tanto se deseó acaba teniendo un reverso de sarcasmo".
Antonio Muñoz Molina

miércoles, 25 de mayo de 2011

The show must go on

No se despertó por la alarma del despertador, tampoco del teléfono móvil; fue el sol que entraba por la ventana anunciando lo avanzado del día el que le obligó a abrir los ojos. "Por fin sábado", pensó. Al igual que el sueño de aquella noche, atrás habían quedado el viernes, jueves, miércoles, martes y lunes de aquella semana. Se levantó y se calzó las zapatillas. "The show must go on", pensó. Pulsó el play y el sonido invadió la estancia, mientras aquella luz, como transportada por la arena del reloj que giramos para dar inicio a un nuevo tiempo, se deslizaba sigilosa por el piso de la habitación.

http://youtu.be/4ADh8Fs3YdU

sábado, 14 de mayo de 2011

Hoy

"El error de creer que el presente es para siempre"

Javier Marías (Los enamoramientos)

martes, 3 de mayo de 2011

Momentos escritos

Hay quienes creen que la literatura suscita situaciones; que cuando escribimos, aquellas palabras que plasmamos en el papel o la pantalla y que describen hechos, sucesos, acciones y decisiones de los personajes, tarde o temprano terminan ocurriendo en la realidad. Pero al fin y al cabo, ¿qué escribimos?, ¿sobre qué y quiénes escribimos? Lo hacemos, ni más ni menos, sobre personajes que pueden ser tan reales como tú o como yo, sobre situaciones que pueden ocurrir en la vida real, tendemos a la verosimilitud.
¿Quién no ha leído algo y se ha sentido identificado? ¿Acaso somos tan diferentes los unos de los otros? ¿No es la literatura tan universal como para ser entendida y aceptada (salvando las diferencias del lenguaje) en cualquier lugar? Al margen de ciertas diferencias culturales, ¿qué más da dónde se geste una historia? Lo que se escribe, en muchos casos, tiende a ser tan real como la propia vida y por tanto, puede suceder.
Escribimos sobre momentos de nuestra existencia, de la que podría ser tuya. Momentos que ocurren a nuestro alrededor, como ocurre la vida a veces, mientras la vemos pasar. Momentos de despedida, aunque sea yo, en este caso, la que se marcha ahora, bajando la calleja estrecha.

lunes, 2 de mayo de 2011

Vuelta en tren

A veces nos vemos atrapados en un instante. Una espiral enrevesada que nos arrastra hacia el centro. Pero al igual que la niebla se disipa cuando avanza el día, tras ese momento, irrepetible y decisivo, logramos ver más allá y recuperamos, al fin, una visión más o menos nítida del exterior.


"Stuck in a Moment"

...You've got stuck in a momentAnd you can't get out of it...
It's just a momentThis time will pass

U2

Varios efectos del amor

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde, animoso,

no hallar, fuera del bien, centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso.

Huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño ;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor. Quien lo probó lo sabe.

Lope de Vega.

Mi estrella

Una vez alguien me regaló una estrella. Dentro del pack, en un mapa astronómico, se señalaba un pequeño punto con mi nombre y una fecha. Así, me dijo entonces, podría verme cada vez que mirase al cielo, aun a millones de kilómetros de distancia. Hoy, a más de 570 días de viaje estelar, parece apagada, pero cuando la noche es clara, se percibe una tenue luz que siempre alumbra al mismo lugar, a tí, al que que sabe exactamente donde está.

Viajero errante

Vivía de estación en estación, sin reserva de billete ni asiento fijo. Siempre subía en el último aviso para arrepentirse después, nada más ponerse en marcha, de no haber subido al tren que veía partir desde el otro andén.

Despertar

Corro por este túnel oscuro con la única compañía del eco estridente de mis pasos. Me dejo guiar por la luz del fondo, no puedo ver nada más, no recuerdo nada, ni quién soy, qué hago aquí o qué deseo en la vida, ni siquiera sé si estoy viva. ¿Estoy viva? Entonces recuerdo que quiero vivir, anhelo algo. Lo deseo con todas mis fuerzas y me aferro a ese sueño, a esa certeza. De pronto la luz se desvanece, y aunque sigo avanzando, cada vez es más lejana, se retira como el agua espumosa del mar, una ola obediente que retrocede en la orilla. Ya no oigo mis pasos, sino un rítmico sonido electrónico. Y me pesan los párpados, sé que tengo los ojos cerrados. Con la misma fuerza que me aferro a ese anhelo intento abrirlos. Y ahí estás tú, por fin lo recuerdo todo: mi única certeza, me das la bienvenida con lágrimas de alegría.

Vida

La vida es una lucha constante, entre lo que es y se es, y lo que se pretende ser y que sea. El resultado de esa batalla es una sucesión de instantes, algunos convertidos en recuerdos, que a veces se hacen eternos.

Momento de despedida

Qué absurdo sería preguntarte por qué, mientras caminas con ojos turbios y empañados. De qué serviría, pararte en este instante y besarte con todas las fuerzas que no me quedan. Sé, que cuando suene la última campana te irás, como siempre, bajando la calleja estrecha. Y yo me quedaré esta vez, viéndote marchar, aguardando impaciente el paso de esta hora fugaz. Bastará una vuelta, no más, y te habrás ido para siempre.

Desafío

Tanto tiempo ocultando aquel secreto, entre risas, manteniendo esa incógnita burlona, sosteniendo mi mano sobre la tuya. Y hoy, mientras paseamos bajo el sol, se apaga tu voz y te desplomas, inerte, para desvelarme tu misterio, el que ya sé, el que no quiere irse contigo como yo no quiero que te vayas. Junto a mi cuerpo, mi sombra da cobijo al tuyo derramado sobre la arena. Tan quieto, tan callado. Me aparto para que te llegue la luz, como si fuese todo lo que necesitaras para levantarte y volver a tomar mi mano. “Vamos, despierta que ya es de día” Y gruñirías, tus pupilas azules asomarían entre dos leves rendijas de pestañas infinitas y te reirías. Pero el sol se está poniendo y sé que no vas a despertarte, como sé aquello que no querías desvelarme. Me quedo allí, mirándote, vacía mi mano y vacía por dentro. Te has ido y no me dejas nada, ni tu sombra, a pesar de los rayos que nos bañan, ni tu recuerdo que me dejará pronto, como tu voz risueña. Tú, misterio, hombre sin sombra, hombre que no deja recuerdo, te desafío, a ti y a tu secreto, mientras escribo esto.

Cardiograma

Las tardes en una plaza, risas y gritos, un beso en un banco, un vuelo, el despegue, cosquillas en el estómago, la Torre Eiffel, frío, la graduación, nervios, un paseo por Las Ramblas, el chocolate más delicioso, el Big Ben, una foto junto a él, el ascenso, emoción, una comida familiar, el piso nuevo, la esquina de aquella plaza lloviendo, impotencia, la sombra de su cuerpo dormido a la luz de una vela, la última puesta de sol. Y el aliento se le escapa, como aquella noche cuando apagó la llama, y la línea que marca su vida se funde, paralela a aquel horizonte naranja.

Extraña entrevista

La conexión entre la psiquis y el cuerpo es clara. Está científicamente comprobado que personas que están seguras de padecer una enfermedad pueden desarrollar los síntomas de la misma. Si eso es así, ¿por qué no iba a existir esa relación en otro tipo de vivencias?
Hoy he escuchado en un programa de radio el testimonio de una mujer que sufría de callosidades por todo el cuerpo.
Según contaba, esta señora tenía, en un principio, tendencia a “sobresentir”. ¿Y qué significa sobresentir? os preguntareis. Pues para la entrevistada sobresentir suponía sentirlo todo de manera exagerada. Al parecer, las buenas noticias le provocaban siempre grandes momentos de euforia, pero las malas, las decepciones, los desengaños, todo aquello desembocaba en un gran sufrimiento, todo le dolía, como si algo le creciese por dentro y dejase menos espacio en su interior, creando una presión que la obligaba a retorcerse. Sobresentir suponía que el dolor psicológico podía llegar a ser físico, no porque así fuese más doloroso, sino porque suponía una mayor extensión de aquel dolor. La señora afirmaba que no se podía explicar, que había que padecerlo para hacerse una idea.
Ahora, debido a todos esos callos que invadían su cuerpo (y su interior también, afirmaba ella), producto del "sobresentimiento", ya no era capaz de sentir nada, ningún tipo de sensación, un vacío físico y psíquico, también emocional.
- ¿Es ahora feliz?, ¿sin ningún tipo de sentimiento? –le preguntaba, absurdamente, el entrevistador cuando la mujer finalizó su historia.
- Pues realmente no lo sé, hoy por hoy, no sé, pero también me pregunto si antes alguna vez lo fui.

Sin cobertura

Anoche leí un cuento titulado "Fuera de cobertura". La idea me ha parecido grandiosa. En un mundo en el que no podemos vivir sin teléfonos móviles, sin sms, sin emails que se amontonan en la bandeja de entrada, ya sea en el ordenador o en la blackberry de última generación. Donde siempre "estamos disponibles" para todo y para todos, ¿no sería fantástico, simplemente, apagar un botón situado, no sé, probablemente en algún lugar de nuestro cerebro, y quedarnos "fuera de cobertura"?- ¿Sí, digame?- Hola, soy Alfonso, hablé ayer contigo sobre el proyecto que enviásteis la semana pasada, ha habido un problema y...- pi pi pi... el dispositivo al que llama se encuentra apagado o fuera de cobertura, por favor...- ¿oiga?, ¿hola?- ¿Sabeis algo de Cristina? Mañana es 31 y tenemos que ver quiénes vamos a ir definitivamente, hay que comprar las entradas hoy sin falta.- Pues no responde. Tiene el móvil apagado y no cogen el teléfono en su casa. Además, esta mañana pasé por su calle y el bloque había desaparecido, sólo había un solar con escombros...- Qué raro, ¿no?- Entonces, señorita, si pudiese tener algún superpoder, ¿cuál elegiría?- Poder estar "fuera de cobertura" cuando quisiera, sin duda, poder apretar el botón "off".Quizás todos los superpoderes estén sobrevalorados. La invisibilidad, ¿para qué si pueden localizarte a través del teléfono en cualquier momento? Leer las mentes ajenas, ¿de verdad la gente piensa cosas tan interesantes? Yo preferiría no saberlo.. ¿El teletransporte? Seguro que acabaría volviendo al mismo lugar absurdo o llegando antes al trabajo...Poder estar sin cobertura... por un tiempo indefinido...Aunque, finalmente, ¿sabríamos manejarlo?

Sin frenos II

Finalmente no fue necesario evitar ningún obstáculo: se agotó la gasolina. De todos modos, la inestabilidad del vehículo hizo que descarrilase en la cuneta.

Sin frenos I

Pisó varias veces el pedal. Los frenos no funcionaban, el ford fiesta seguía avanzando con la misma velocidad constante. Pensó en disminuir progresivamente de marcha e intentar detener el vehículo con el freno de mano. Pero cambió de opinión, seguiría avanzando por aquella carretera desierta, si avistaba cualquier obstáculo lo evitaría sin necesidad de herir a nadie, siempre podía, de un volantazo, descarrilar por la cuneta.

Desvaríos de las cuatro

No sé por qué, hoy me he fijado en el metro en una señora que llevaba un bolso de cuadros. En sus zapatos, mojados por la lluvia que arreciaba fuera, en sus medias tupidas de color marrón, su falda de lana por debajo de las rodillas, su chaleco de cuello vuelto y el abrigo que llevaba bajo el brazo. Incluso en sus pendientes, un par de pequeñas bolitas nacaradas que parecían crecer de los lóbulos de sus orejas. Lo recuerdo todo, esos pequeños detalles que la constituían como forma independiente a las otras muchas que viajaban en aquel vagón, todos, menos su cara.
Lo que mejor recuerdo es su bolso de cuadros. Creo que me gustan los cuadrados, esa exactitud geométrica de noventa grados, la igualdad y proporción de cada uno de sus lados y el concepto de “cuatro” que se me viene siempre a la cabeza. El “cuatro” es un número mágico, los pitagóricos lo denominaron “el mayor milagro”. Para mí implica regularidad, una forma perfecta. Implica también muchas otras cosas en el universo: las cuatro estaciones, los cuatro puntos cardinales, los cuatros elementos, la base de la pirámide (la más estable de todas las formas geométricas), el equilibrio. Quizás por eso recuerdo tan bien el bolso en tono azul verdoso que colgaba del brazo: diez cuadrados en la línea horizontal y seis en la vertical. Sesenta cuadrados en la cara visible del bolso, probablemente otros sesenta en el otro lado. Un bolso constituido por cientoveinte cuadrados azules verdosos, cientoveinte elementos perfectos y regulares que llevar en el metro para custodiar los bienes que nos acompañan. Recuerdo todos esos cuadros, y no recuerdo su cara.
Me bajé justo cuatro paradas más allá de donde subí y me acordé del bolso, y de los zapatos, las medias, la falda, el chaleco, el abrigo y los pendientes, y cuando enfoqué la imagen de aquella señora en mi cabeza, nada. Miré hacia atrás, el metro ya había salido y no podía ver el rostro. En la oficina, en la planta cuarta del bloque número cuatro, comienzo a escribir, quizás las palabras ayuden a que la imagen regrese a mi memoria.
Y mientras acabo dan las cuatro, las cuatro de la tarde y cientoveinte cuadros más allá, sigo sin recordar, como si los cuadros de aquel bolso no dejasen ver nada más, pero de repente surge otra idea : la forma del bolso, también era cuadrada.

Una luz en la memoria

La noche ha ido cayendo mientras miraba por la ventana. Apenas sin darme cuenta, las farolas se encienden, el tráfico bulle y las madres que recogen a los niños del colegio han vuelto a casa, mientras los últimos trabajadores se apresuran para hacer lo mismo.
La ciudad nocturna despierta, es otra ciudad, otra gente la que inunda las calles. Al igual que en una selva, algunos se resguardan tras la puesta de sol y otros reviven cuando se oculta el día. La avenida se llena de luces de colores, a un lado rojas, al otro amarillas, más grandes e intensas si miro hacia abajo, más difuminadas y leves a medida que se alejan, hasta convertirse en minúsculos puntos de luz que se confunden unos con otros para, finalmente, desaparecer. De pronto vuelven a mi mente personas que conocí y que ya no recuerdo con tanta intensidad, que se han perdido en la lejanía de la memoria. Entonces se me antoja que todos somos como esos puntos de luz que avanzan por avenidas asfaltadas, a veces intensos, fugaces o intermitentes, a veces confusos los unos con los otros, para acabar siempre desapareciendo en la distancia que establece el tiempo, para perderse en la memoria ajena.

Caída libre

Desperté en mitad de la noche mientras caía al vacío desde una cama elevada un par de metros. Abrí los ojos a medio camino, desconcertada, y acto seguido vino el impacto. Allí, tumbada en el frío piso, no había ningún espejo frente a la cama y, a pesar de la oscuridad, sabía que las paredes no eran de color naranja: no estaba en mi habitación, había vuelto al mundo real. Extraña sensación, similar al despertar aliviado tras una pesadilla y a la agradable calidez de las sábanas sobre el cuerpo, aunque de manera inversa. Ultimamente, todo ocurre al revés. Siempre hay una vuelta para la ida, y de esta forma estoy aquí, yaciendo en este lugar extraño, donde no se perciben formas ni colores vivos, donde de nuevo,vuelvo a ver el mundo en blanco y negro.

Tras el cristal

Al principio pensé que estaba loco: se metía en los charcos y paseaba de un lado a otro mirando al cielo con los brazos abiertos. ¿Acaso no le mojaba la lluvia que palpitaba en mi ventana?
Otra mañana, se detuvo junto al contenedor y comenzó a saltar en un colchón abandonado. Poco a poco, se convirtió en un ritual: verle entrar al edificio (siempre inventando algo nuevo), y acto seguido bajar en el ascensor para escuchar esos “buenos días” despreocupados.

Ahora, aunque no veo su imagen por la ventana, sigo mirando cada mañana. Y, sabiendo que ya no escucharé esos “buenos días”, soy yo la que baja despreocupada a la calle para saltar en colchones abandonados, cruzar cuando el semáforo parpadea o pasear un rato bajo la lluvia, porque ¿acaso no es mejor sentir el júbilo de las gotas sobre la cara que verlo a través del cristal?

Dreaming in colors

Hoy me he despertado sorprendida porque nada había cambiado. El espejo frente a mi cama reflejaba la luz que se colaba desde la ventana, sumiendo la habitación en una agradable atmósfera que me resultaba familiar.
Arropada, sueño cada noche bajo esa ventana que se abre sin darme cuenta, a medida que me vence el cansancio y se me cierran los ojos, dando entrada a otra realidad para la que no hace falta ver ni escuchar, tan sólo dejar libre el subconsciente. Puede parecer una realidad falsa o desagradecida, por aquello de su volubilidad o inconsistencia, pero no la puedo considerar así. No, cuando cada vez que vuelvo de ella, el mundo que todos consideran verdadero se torna cada vez más gris y la gama de colores que aprecio con los ojos abiertos no es remotamente comparable a la que vislumbran mis ojos cerrados. Por eso sé que el espejo no refleja cambio, por las tonalidades que percibo. El azul del edredón no es simplemente azul, tiene mezcla de verdes y depende, como el color del mar, de las mareas y el lugar desde el que lo mires, incluso podría escuchar el susurro de las olas si introduzco debajo mi cabeza. La pared naranja brilla de forma semejante a la cáscara de ese mismo fruto, pero no es cualquier brillo, es el que muestra justo cuando recibe luz por aquella época en la que comienzan a aparecer esos bulbos blancos, esos pequeños brotes que huelen tan bien y que nos recuerdan que el calor anda cerca. Y el suelo tiene textura terrosa, como el camino que discurre junto a un río por el que resulta agradable pasear cuando la tarde es fresca. Casi escucho mis pisadas a pesar de seguir aquí tumbada, y el sonido de las olas se mezcla con el del caudal que avanza obstinado, quizás, porque como yo, también escucha la cercanía del mar.
Todo sigue igual, nada ha cambiado a pesar de que mis párpados están abiertos. Quizás me haya quedado sumida en esta irrealidad, o realidad benévola, quizás no vuelva a tener que mirar al mundo del color de los periódicos, pero vuelvo a cerrar los ojos por si acaso: no me importa, de hecho, seguir soñando en colores.