lunes, 2 de mayo de 2011

Una luz en la memoria

La noche ha ido cayendo mientras miraba por la ventana. Apenas sin darme cuenta, las farolas se encienden, el tráfico bulle y las madres que recogen a los niños del colegio han vuelto a casa, mientras los últimos trabajadores se apresuran para hacer lo mismo.
La ciudad nocturna despierta, es otra ciudad, otra gente la que inunda las calles. Al igual que en una selva, algunos se resguardan tras la puesta de sol y otros reviven cuando se oculta el día. La avenida se llena de luces de colores, a un lado rojas, al otro amarillas, más grandes e intensas si miro hacia abajo, más difuminadas y leves a medida que se alejan, hasta convertirse en minúsculos puntos de luz que se confunden unos con otros para, finalmente, desaparecer. De pronto vuelven a mi mente personas que conocí y que ya no recuerdo con tanta intensidad, que se han perdido en la lejanía de la memoria. Entonces se me antoja que todos somos como esos puntos de luz que avanzan por avenidas asfaltadas, a veces intensos, fugaces o intermitentes, a veces confusos los unos con los otros, para acabar siempre desapareciendo en la distancia que establece el tiempo, para perderse en la memoria ajena.