lunes, 2 de mayo de 2011

Tras el cristal

Al principio pensé que estaba loco: se metía en los charcos y paseaba de un lado a otro mirando al cielo con los brazos abiertos. ¿Acaso no le mojaba la lluvia que palpitaba en mi ventana?
Otra mañana, se detuvo junto al contenedor y comenzó a saltar en un colchón abandonado. Poco a poco, se convirtió en un ritual: verle entrar al edificio (siempre inventando algo nuevo), y acto seguido bajar en el ascensor para escuchar esos “buenos días” despreocupados.

Ahora, aunque no veo su imagen por la ventana, sigo mirando cada mañana. Y, sabiendo que ya no escucharé esos “buenos días”, soy yo la que baja despreocupada a la calle para saltar en colchones abandonados, cruzar cuando el semáforo parpadea o pasear un rato bajo la lluvia, porque ¿acaso no es mejor sentir el júbilo de las gotas sobre la cara que verlo a través del cristal?