lunes, 2 de mayo de 2011

Desvaríos de las cuatro

No sé por qué, hoy me he fijado en el metro en una señora que llevaba un bolso de cuadros. En sus zapatos, mojados por la lluvia que arreciaba fuera, en sus medias tupidas de color marrón, su falda de lana por debajo de las rodillas, su chaleco de cuello vuelto y el abrigo que llevaba bajo el brazo. Incluso en sus pendientes, un par de pequeñas bolitas nacaradas que parecían crecer de los lóbulos de sus orejas. Lo recuerdo todo, esos pequeños detalles que la constituían como forma independiente a las otras muchas que viajaban en aquel vagón, todos, menos su cara.
Lo que mejor recuerdo es su bolso de cuadros. Creo que me gustan los cuadrados, esa exactitud geométrica de noventa grados, la igualdad y proporción de cada uno de sus lados y el concepto de “cuatro” que se me viene siempre a la cabeza. El “cuatro” es un número mágico, los pitagóricos lo denominaron “el mayor milagro”. Para mí implica regularidad, una forma perfecta. Implica también muchas otras cosas en el universo: las cuatro estaciones, los cuatro puntos cardinales, los cuatros elementos, la base de la pirámide (la más estable de todas las formas geométricas), el equilibrio. Quizás por eso recuerdo tan bien el bolso en tono azul verdoso que colgaba del brazo: diez cuadrados en la línea horizontal y seis en la vertical. Sesenta cuadrados en la cara visible del bolso, probablemente otros sesenta en el otro lado. Un bolso constituido por cientoveinte cuadrados azules verdosos, cientoveinte elementos perfectos y regulares que llevar en el metro para custodiar los bienes que nos acompañan. Recuerdo todos esos cuadros, y no recuerdo su cara.
Me bajé justo cuatro paradas más allá de donde subí y me acordé del bolso, y de los zapatos, las medias, la falda, el chaleco, el abrigo y los pendientes, y cuando enfoqué la imagen de aquella señora en mi cabeza, nada. Miré hacia atrás, el metro ya había salido y no podía ver el rostro. En la oficina, en la planta cuarta del bloque número cuatro, comienzo a escribir, quizás las palabras ayuden a que la imagen regrese a mi memoria.
Y mientras acabo dan las cuatro, las cuatro de la tarde y cientoveinte cuadros más allá, sigo sin recordar, como si los cuadros de aquel bolso no dejasen ver nada más, pero de repente surge otra idea : la forma del bolso, también era cuadrada.