Algo ha muerto hoy.
La inocencia, la juventud, un sueño.
Uno más, uno menos.
Hay días en los que no ocurre nada y todo pasa.
La vida presurosa, te empuja, te arremete, para seguir adelante, inconsciente. Todo se ha parado, pero nada espera.
Y el mundo se aprieta detrás del cristal, pidiendo entrar a gritos, rompiendo en pedazos y haciendo añicos a su vez lo que está fuera, la visión nítida que se vislumbra desde dentro.
Yo me vuelvo a sentar a escribir aquí, desde una nueva ventana que me cobija hoy, que ya no es la misma de ayer ni, aunque se asemeje, será desde la que otearé mañana.
Las mismas luces, la misma avenida, años después. Y todo ha cambiado. Como yo, como lo que soy, lo que era y lo que fuí. ¿Qué seré?
Seré la chica que escribe detrás del cristal. Porque si alguna certeza tengo a pesar de todo,es que ya no puedo levantarme de aquí. Que debo de seguir, acechando, tras el cristal. Porque el mundo, global, majestuoso, opulento, acometedor, belicoso, tan sólo es soportable en la sutileza de sus pequeños detalles.
Y esto no cambiará, igual que no puede corregirse este texto, porque esto es vida, incorregible, irreplegable, circunstancial, absoluta.