miércoles, 25 de mayo de 2011
The show must go on
http://youtu.be/4ADh8Fs3YdU
sábado, 14 de mayo de 2011
martes, 3 de mayo de 2011
Momentos escritos
lunes, 2 de mayo de 2011
Vuelta en tren
"Stuck in a Moment"
...You've got stuck in a momentAnd you can't get out of it...
It's just a momentThis time will pass
U2
Varios efectos del amor
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde, animoso,
no hallar, fuera del bien, centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso.
Huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño ;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor. Quien lo probó lo sabe.
Lope de Vega.
Mi estrella
Viajero errante
Despertar
Momento de despedida
Desafío
Cardiograma
Extraña entrevista
Hoy he escuchado en un programa de radio el testimonio de una mujer que sufría de callosidades por todo el cuerpo.
Según contaba, esta señora tenía, en un principio, tendencia a “sobresentir”. ¿Y qué significa sobresentir? os preguntareis. Pues para la entrevistada sobresentir suponía sentirlo todo de manera exagerada. Al parecer, las buenas noticias le provocaban siempre grandes momentos de euforia, pero las malas, las decepciones, los desengaños, todo aquello desembocaba en un gran sufrimiento, todo le dolía, como si algo le creciese por dentro y dejase menos espacio en su interior, creando una presión que la obligaba a retorcerse. Sobresentir suponía que el dolor psicológico podía llegar a ser físico, no porque así fuese más doloroso, sino porque suponía una mayor extensión de aquel dolor. La señora afirmaba que no se podía explicar, que había que padecerlo para hacerse una idea.
Ahora, debido a todos esos callos que invadían su cuerpo (y su interior también, afirmaba ella), producto del "sobresentimiento", ya no era capaz de sentir nada, ningún tipo de sensación, un vacío físico y psíquico, también emocional.
- ¿Es ahora feliz?, ¿sin ningún tipo de sentimiento? –le preguntaba, absurdamente, el entrevistador cuando la mujer finalizó su historia.
- Pues realmente no lo sé, hoy por hoy, no sé, pero también me pregunto si antes alguna vez lo fui.
Sin cobertura
Sin frenos II
Sin frenos I
Desvaríos de las cuatro
Lo que mejor recuerdo es su bolso de cuadros. Creo que me gustan los cuadrados, esa exactitud geométrica de noventa grados, la igualdad y proporción de cada uno de sus lados y el concepto de “cuatro” que se me viene siempre a la cabeza. El “cuatro” es un número mágico, los pitagóricos lo denominaron “el mayor milagro”. Para mí implica regularidad, una forma perfecta. Implica también muchas otras cosas en el universo: las cuatro estaciones, los cuatro puntos cardinales, los cuatros elementos, la base de la pirámide (la más estable de todas las formas geométricas), el equilibrio. Quizás por eso recuerdo tan bien el bolso en tono azul verdoso que colgaba del brazo: diez cuadrados en la línea horizontal y seis en la vertical. Sesenta cuadrados en la cara visible del bolso, probablemente otros sesenta en el otro lado. Un bolso constituido por cientoveinte cuadrados azules verdosos, cientoveinte elementos perfectos y regulares que llevar en el metro para custodiar los bienes que nos acompañan. Recuerdo todos esos cuadros, y no recuerdo su cara.
Me bajé justo cuatro paradas más allá de donde subí y me acordé del bolso, y de los zapatos, las medias, la falda, el chaleco, el abrigo y los pendientes, y cuando enfoqué la imagen de aquella señora en mi cabeza, nada. Miré hacia atrás, el metro ya había salido y no podía ver el rostro. En la oficina, en la planta cuarta del bloque número cuatro, comienzo a escribir, quizás las palabras ayuden a que la imagen regrese a mi memoria.
Y mientras acabo dan las cuatro, las cuatro de la tarde y cientoveinte cuadros más allá, sigo sin recordar, como si los cuadros de aquel bolso no dejasen ver nada más, pero de repente surge otra idea : la forma del bolso, también era cuadrada.
Una luz en la memoria
La ciudad nocturna despierta, es otra ciudad, otra gente la que inunda las calles. Al igual que en una selva, algunos se resguardan tras la puesta de sol y otros reviven cuando se oculta el día. La avenida se llena de luces de colores, a un lado rojas, al otro amarillas, más grandes e intensas si miro hacia abajo, más difuminadas y leves a medida que se alejan, hasta convertirse en minúsculos puntos de luz que se confunden unos con otros para, finalmente, desaparecer. De pronto vuelven a mi mente personas que conocí y que ya no recuerdo con tanta intensidad, que se han perdido en la lejanía de la memoria. Entonces se me antoja que todos somos como esos puntos de luz que avanzan por avenidas asfaltadas, a veces intensos, fugaces o intermitentes, a veces confusos los unos con los otros, para acabar siempre desapareciendo en la distancia que establece el tiempo, para perderse en la memoria ajena.
Caída libre
Tras el cristal
Al principio pensé que estaba loco: se metía en los charcos y paseaba de un lado a otro mirando al cielo con los brazos abiertos. ¿Acaso no le mojaba la lluvia que palpitaba en mi ventana?
Otra mañana, se detuvo junto al contenedor y comenzó a saltar en un colchón abandonado. Poco a poco, se convirtió en un ritual: verle entrar al edificio (siempre inventando algo nuevo), y acto seguido bajar en el ascensor para escuchar esos “buenos días” despreocupados.
Ahora, aunque no veo su imagen por la ventana, sigo mirando cada mañana. Y, sabiendo que ya no escucharé esos “buenos días”, soy yo la que baja despreocupada a la calle para saltar en colchones abandonados, cruzar cuando el semáforo parpadea o pasear un rato bajo la lluvia, porque ¿acaso no es mejor sentir el júbilo de las gotas sobre la cara que verlo a través del cristal?
Dreaming in colors
Arropada, sueño cada noche bajo esa ventana que se abre sin darme cuenta, a medida que me vence el cansancio y se me cierran los ojos, dando entrada a otra realidad para la que no hace falta ver ni escuchar, tan sólo dejar libre el subconsciente. Puede parecer una realidad falsa o desagradecida, por aquello de su volubilidad o inconsistencia, pero no la puedo considerar así. No, cuando cada vez que vuelvo de ella, el mundo que todos consideran verdadero se torna cada vez más gris y la gama de colores que aprecio con los ojos abiertos no es remotamente comparable a la que vislumbran mis ojos cerrados. Por eso sé que el espejo no refleja cambio, por las tonalidades que percibo. El azul del edredón no es simplemente azul, tiene mezcla de verdes y depende, como el color del mar, de las mareas y el lugar desde el que lo mires, incluso podría escuchar el susurro de las olas si introduzco debajo mi cabeza. La pared naranja brilla de forma semejante a la cáscara de ese mismo fruto, pero no es cualquier brillo, es el que muestra justo cuando recibe luz por aquella época en la que comienzan a aparecer esos bulbos blancos, esos pequeños brotes que huelen tan bien y que nos recuerdan que el calor anda cerca. Y el suelo tiene textura terrosa, como el camino que discurre junto a un río por el que resulta agradable pasear cuando la tarde es fresca. Casi escucho mis pisadas a pesar de seguir aquí tumbada, y el sonido de las olas se mezcla con el del caudal que avanza obstinado, quizás, porque como yo, también escucha la cercanía del mar.
Todo sigue igual, nada ha cambiado a pesar de que mis párpados están abiertos. Quizás me haya quedado sumida en esta irrealidad, o realidad benévola, quizás no vuelva a tener que mirar al mundo del color de los periódicos, pero vuelvo a cerrar los ojos por si acaso: no me importa, de hecho, seguir soñando en colores.